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jueves, 7 de febrero de 2013

María Valverde: Bendita tú eres... entre todas las actrices





Nívea virgen, de tez blanquecina; pura, como la cándida voz -aguda y tintineante- que esconden unos labios carnosos, inmaculados, cincelados con una diligencia Miguelangelesca sin más roce que el carmín que los embalsama. Indiscreta nariz de zarina bolqueviche y perfil árabe. De mirada tierna, albo en el más allá de sus pupilas. Mujer que encarna el concepto kantiano de lo sublime: belleza extrema que lleva al éxtasis más allá de la racionalidad.

Casta, como su nombre.


María Valverde (Carabanchel, 1987) nos cautivó en La flaqueza del Bolchevique (2003) dónde consiguió que el espectador se odiase a sí mismo, a la vez que empatizaba con el personaje de Pablo (Luis Tosar), por sentir una indebida pero inevitable atracción por una menor, frágil e inocente.

La actriz y su personaje compartieron edad y nombre. Una idea o coincidencia "perversa".


El juego de emplear a María, virgen y angelical, dentro de una historia de atracción e insinuación -de un adulto hacia una menor-, nos recuerda al personaje de Tadzio en la gran obra maestra de Luchino Visconti, basada en la novela de Thomas Mann, Muerte en Venecia (1971).



Después vino algo peor, pues con el film italiano Melissa P. (2006) María hizo las delicias de los más "enfermos" al dar vida a una tímida siciliana (también menor de edad) que tras una primera y nefasta experiencia sexual da rienda suelta a su instinto más irresponsable. Ni la novela ni la adaptación al cine estuvieron exentas de polémica. María se convirtió así en un amor platónico para un servidor, que ha seguido muy de cerca su trabajo y sabe que todavía no ha tenido el papel que merece para reivindicarse definitivamente, antes los incrédulos cultivados y eruditos, como la mejor actriz del cine patrio.

Su descomunal belleza es quizá su principal desventaja dentro del cine comercial. Películas como Tres metros sobre el cielo (2010) o Tengo ganas de ti (2012) dan buena prueba de ello. Pero hay algo en ella que rehuye a la banalidad del género. María interpreta (y de forma excepcional) los papeles de mujer/adolescente actual, pero dentro de sus actuaciones hay algo que escapa a los focos o el guión.

Bendecida por un aura mística, puede llegar a (re) presentar a una adolescente burguesa y evitar que un leninista piense en la revolución de 1917. Mostrar -sin reparo- sus carnosos, voluptuosos (pero discretos) senos por "exigencias" del guión y que el espectador no sonría mientras dice -"otra españolada"-. (Re)presentar a La mujer del anarquista y que los hombres quieran militar en la CNT, AIT o FAI.

María consigue, sin apenas guión y dentro de un baño como único escenario, que la ya acostumbrada magnífica interpretación y solemne voz de José Sacristán en Madrid 1987 (2010) sea algo secundario. Es esta película la que, si me lo permiten, quisiera recomendarles.


En ella, María Valverde mantiene su concupiscente -pero inofensiva- mirada, su don de someter a la cámara a grabar primeros planos y planos de detalle (rostro, nariz, labios) para enamorar al espectador, y la esencia que nos cautivó en su primera actuación. Pues aquí también está presente esa tensión entre dos personas con una diferencia de edad muy considerable. Sólo que esta vez el final es bien distinto.

Madrid 1987 es una película lenta, como el buen cine. Es una película sin trampantojos, como el buen cine. Es una película española, como el "buen" cine.


Por último y a sabiendas de que esta "critica" no será del agrado de muchos, debo terminar diciendo que un admirador arde en deseos de ver Libertador (2013) del director venezolano Alberto Arvelo Mendoza, pues en ella, nuestra María da vida a la esposa del personaje histórico Simón Bolívar. Quizá sea ese el papel que le corresponde; tal vez así las críticas no se centren en lo que ocurre fuera de cámara y algunos vean lo que todavía no han visto y

Espero que tú,
arcángel del cine,
rompas los cristales opacos de la necedad,
y seas
por fin
la gracia del presente y el futuro:
Niña,
adolescente,
mujer
y revolucionaria.


Texto: Pablo Llorente Requena